Una mujer ocupa el primer plano.
Se acaba de quitar un hábito de religiosa y su espléndido cuerpo se
apropia de todo el cuadro. No hay
remordimiento. Sólo una mirada recelosa hacia atrás para asegurarse de que las
monjas oscuras y el Cristo del fondo no
la descubran. Está en una ventana dispuesta a saltar con sus senos al aire, sus
generosas caderas, su cuerpo joven. Al lado de su pubis, descansa una camándula
de la que también se ha despojado. El título de la acuarela es bastante
literal: La huida del convento. La herejía que supuso en su momento esta
provocadora pintura de Débora Arango todavía reverbera, no sólo en las
parroquias, sino en la historia del arte
colombiano. En el silencio de esta huida, se estaban descubriendo mundos
inéditos.
Porque este desnudamiento de los cuerpos de Débora no tiene sólo
connotaciones sexuales, perspectiva desde la cual se juzgaron estas obras en su
tiempo. Va más allá. Cuando esta mujer se quita este hábito, también les está
quitando los rebozos físicos y mentales a todas las mujeres mudas de aquella
galería empañada de la tradición. Las mujeres desnudas de Débora quiebran
aquellos espejos turbios donde los reflejos del cuerpo y la identidad femenina
naufragaban en un pozo de silencios, vacíos y agujeros negros. Este
desnudamiento también deshace otras
coordenadas, como las espacio- temporales donde debía instalarse el cuerpo de
la mujer, los roles a los que debía jugar, el sistema de gestos y actitudes que
debía adoptar, los compartimentos sociales y culturales done debía permanecer.
Aquí se estaba redefiniendo inéditamente su género y, con él, su cuerpo. En la obra de Débora, por
primera vez entre nosotros, la mujer deja
de ser un espacio negativo, un espejo sin reflejo como el de los
vampiros, para asumirse en la autónoma positividad de su cuerpo y su carne.
Esto no significa que el encuentro de Débora -y a través de sus ojos, de
las mujeres colombianas, con sus propios cuerpos- haya sido un episodio épico y
triunfal. Al contrario, fue uno de los más brutales que recordemos. Con Débora,
los cuerpos colombianos nacen dolorosamente a la modernidad. Han pasado ya los
tiempos de los cuerpos regidos por la anatomía piadosa de la Colonia. Cuerpos
negados en los que el espíritu había triunfado sobre la carne con su credo de dolor corporal purificador.
Pero también ya está agonizante el cuerpo señorial de la tradición, aquel que
cambió el discurso sacro por el seglar, el catecismo de Astete por la urbanidad
de Carreño, el dogma por el comportamiento adecuado, la moral por la higiene,
al confesor por el médico.
omado de GIRALDO, Sol Astrid. Cuerpo de Mujer: modelo para armar. Medellín, La Carreta, 2010.
omado de GIRALDO, Sol Astrid. Cuerpo de Mujer: modelo para armar. Medellín, La Carreta, 2010.
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