lunes, 11 de marzo de 2013

DEBORA ARANGO II El baile de las que sobran






Los cuerpos de Débora no son ya ni místicos ni señoriales: son cuerpos que recién estrenan la ciudad y descubren la modernidad. Y en el estupor que estas circunstancias desestabilizadoras les provocan, son cuerpos estremecidos, inseguros, ambiguos, al filo de la navaja y de la historia. Son cuerpos donde los discursos del progreso, la educación y el control corporal de principios del siglo XX se llenan de baches como un rostro agujereado por viruelas. Son cuerpos sometidos a nuevos códigos corporales, gestuales, proxémicos; a nuevas libertades y censuras, a inéditas bendiciones y condenas. Son cuerpos con nuevas topologías, valores y simbolizaciones[1].  Son cuerpos que al tener que soportar estas insoportables tensiones, se quiebran y se deforman, convirtiéndose en cuerpos tan disarmónicos  que “las bellas artes” de la época, simplemente se niegan a verlos.

Eladio Vélez, La Planchadora, óleo, 



José Rodríguez Acevedo, Adolfo Samper, Ignacio Vélez Jaramillo por ejemplo a pesar de los huracanes exteriores, se anclan en la esfera de los cuerpos serenos. Las mujeres de sus representaciones tal vez tienen ahora las faldas y los cabellos más cortos, pero los vientos de la historia no parecen perturbarlos. En especial Eladio Vélez, el primer maestro de Débora, quien se concentra en pintar aquellos cuerpos que parecen seguir a pie juntillas los preceptos de los tratados de urbanidad, los cuales sin embargo ya estaban heridos de muerte.  Los  cuerpos femeninos que retrata son obedientes, asexuados, dóciles. Eladio los mira en sus casillas y los pinta en sus casillas. Y a los que se salen de ellas, simplemente los ignora.

Pedro Nel Gómez, Barequera Aurea , 1949, óleo, Museo de Antioquia

A pesar de las apariencias, Pedro Nel Gómez, el otro maestro de Débora, tampoco parece ir mucho más lejos en la lectura del entorno caótico del país, de la sociedad de sus días y la perturbación que todo ello había causado en los cuerpos. En un principio, Débora se entusiasma con sus representaciones volcánicas que traían aire fresco al congelado universo eladista, su primer horizonte. Aprecia esa nueva mirada en las que los cuerpos femeninos  tienen uñas, pies, muslos, entrepiernas, senos y, además, se mueven.  Sin embargo,  estas representaciones de Pedro Nel Gómez  no ven lo que ella está viendo. Los cuerpos de aquel son tan ejemplares como los piadosos o los señoriales, e ignoran sus recientes  desgarramientos físicos y mentales. Son tan alegóricos como los coloniales, así estas alegorías se refieran ahora al buen salvaje primitivo de América o al hombre nuevo utópico con el que soñaba el muralista.  Pedro Nel no pinta cuerpos particulares, sino ideas de cuerpos. Los suyos son cuerpos ejemplares cívicos y políticos. Buscan la perfección según los cánones del Renacimiento, así aparentemente su paleta étnica sea más variada. Pero son cuerpos-comparsa de una historia coreografiada como un ballet sobre un telón de escenario. Su concepción del género es tan tradicional como la colonial. En su mundo, al cazador de tigres le corresponde una barequera, al obrero una obrera, al Hojarasquín, la MadreMonte. No hay allí una pregunta sobre esta división que parece tan natural como los ríos y las montañas antioqueñas. En sus murales, el artista no mira a las mujeres en sus mundos, sino que  las retrata desde las ideas preconcebidas de esa utopía que a veces  ubicaba en el pasado, a veces  en el futuro, pero nunca en la historia.

Ni la mirada de Eladio ni la de Pedro Nel satisfacen las necesidades de su discípula.  Débora, entonces, mezcla a su manera la capacidad de observación de los eladistas  con el cinetismo de los pedronelistas; los retratos particulares de los unos, con los alegóricos de los otros. Y a estos y aquellos los baja de las ideas y les tiende un cable a tierra. Abre la ventana de la actualidad y con su lluvia prosaica moja las esencias. Recupera el cuerpo y comprende que debe tener un espacio. Que la vida se trata de cuerpos reales en espacios reales. Y hace una fina lectura de la manera como su época concibe esta relación. Las paradojas de su tiempo, los terremotos sociales del país y sus tormentas políticas, para la que aquellos maestros no habían tenido ojos, hieren sin embargo como un rayo la mente lúcida de esta mujer. Sólo ella está en la capacidad de ver al emperador sin traje. Y lo que encuentra es un espectáculo entre dantesco y goyesco.

Tomado de GIRALDO, Sol Astrid. Cuerpo de Mujer: modelo para armar. Medellín, La Carreta, 2010.



[1] GARCÉS, Ángela. “La modernidad emergente. Entre cuerpos, imágenes y gestos femeninos/masculinos en la ciudad”, en: Retrato de Mujer. De la Colonia a Débora Arango. Catálogo exposición Sala Suramericana de Seguros. Agosto-Octubre de 2006, Medellín, p 27-36.

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