Adriana Duque, Juana, Serie Collectibles, 2007 |
Son representaciones retorizadas que nos devuelven al siglo XIX, cuando
las niñas no se habían inventado como edad, como sensibilidad ni como tema, y
simplemente se les concebía como
mujeres en miniatura. Por supuesto, estas
niñas, como sus modelos adultas, tampoco tenían cuerpos. Estos se
cubrían con paños pesados y líneas rectas, que los ahogaban en la falta de
nombre y de imagen. Eran cuerpos labrados por una “anatomía en pendiente”, como la llama Vigarello[1]. Estos
cuerpos iban de lo delicado arriba a lo más grosero abajo, siguiendo conceptos
astrobiológicos que consideraban las
partes corporales inferiores emparentadas con la tierra, lo mundano y, por lo
tanto, manchadas de vulgaridad, innobleza y pecado. Por esto, los miembros
debajo de la cabeza eran despreciados y
relegados a ser simples soportes, zócalos de las partes superiores como el
rostro, el cuello, los ojos, las manos, depositarias de la nobleza y la gracia,
por su cercanía al cielo.
Adriana Duque, Sara, Serie Collectibles, 2007 |
Así nos llegan estas niñas: como
una cabeza y unas manos, y con el resto del cuerpo como un secreto. Sin
embargo, aunque la representación de
estos cuerpos no se detiene en los caracteres sexuales, es claro de un solo golpe de vista que son
niñas y no niños. El cabello largo, las mejillas sonrosadas, las bocas finas y
rojas ayudan en esta diferenciación visual. Pero hay todavía una herramienta
más, tomada de la más rancia tradición icónica que los hace claramente
femeninos. Sobre estos cuerpos ocultos se despliega gráficamente una simbología: “Dibujar a un niña era hacer
visible la feminidad imaginada como liviandad, quietud, gracia, ensimismamiento,
delicadeza, adorno, afectación”[2]. Es un sobre-cuerpo donde se construye simbólicamente el mundo
femenino en contraposición al masculino, del cual debe estar separado. Un
cuerpo cultural que se despliega sobre el cuerpo natural, gracias a códigos como moños, encajes, prenses, cintas, flores,
pliegues, mangas embobadas, faldas con vuelo, bucles y todo tipo de redondeces[3]. El cuerpo de Collectibles es el imaginado y estereotipado de la feminidad que tiene su más alta
expresión en “la muñeca”.
Muñequita
Texto tomado de GIRALDO, Sol A, Cuerpo de Mujer: Modelo para armar. Medellín, Editorial La Carreta, 2010
Fotografías tomadas de Adriana Duque, La Silueta Ediciones, Bogotá, 2008
Muñequita
Adriana Duque, Serie De cuento en cuento, 2005 |
Así como la niña es una versión en miniatura de la mujer adulta, la
muñeca es una versión en miniatura de la niña. Y es el lugar de las
identidades. Una muñeca es un discurso preciso, pedagógico y autoritario sobre
el cuerpo. Se instaura como el ideal al que los cuerpos infantiles deben
aspirar, es la cartilla visual que se
debe imitar, el modelo corporal que se debe seguir. Es la gran escuela de la feminidad. Hay una fotografía de la serie De cuento en cuento (2005) donde este
sistema de espejos y correspondencias queda claro. Una de las niñas rubias de
Duque está sentada en una especie de trono, como una princesa, con sus bucles
sobre los hombros, con su vestido celeste de terciopelo, cuello de bordes
redondeados, mangas recogidas, falda amplia, zapaticos blancos con moñitos
rosados. Lleva en su regazo, como una hija, una muñeca idéntica: la misma tez
blanca, los mismos rasgos finos, pelo rubio ensortijado, cuello de puntas
redondeadas, zapaticos finos. ¿Imita la muñeca a la niña o es la niña la que
imita a la muñeca? Esta muñeca a la vez que es la bebé que la niña dará a luz
en el futuro, es también la más autoritaria voz de la tradición. Como si ella
se estuviera pariendo a sí misma en el exigente proceso de formar un cuerpo
femenino tal como debe ser según las exigencias del entorno. Y el género
femenino no es una categoría biológica sino
un conjunto de códigos visuales que aquí quedan completamente establecidos.
Las niñas de Collectibles han llevado
este esfuerzo más allá. Las muñecas que las moldean no están afuera, acunadas
en sus brazos. Aquí, al contrario, se han fusionado con ellas mismas. Gracias a
la tecnología digital, se han convertido en niñas-muñecas, con cuerpos y manos
de porcelana, y caras de carne tersa.
Recuerdan con esta mixtura material a aquellos santos coloniales hechos de
madera pero coronados por rostros y manos de plata. Y es esta fusión de cuerpos
de órdenes diversos (el real y el de la ficción, el de carne y el de porcelana,
el contemporáneo y el arquetípico) lo que le presta toda su inquietud a estas
imágenes enigmáticas, que superficialmente sólo parecían extremadamente
estéticas. No estamos en el nivel de las
imitaciones ingenuas de la realidad, sino en el de la deconstrucción de los
discursos sobre ella. Estas imágenes no
son simplemente de niñas que cumplen los cánones de belleza occidentales. Es
el ideal de la feminidad el que aparece aquí retratado. La feminidad como un código, como
la categoría de la imaginación de la que hablaba Sartre, como un conjunto de
rasgos inventados que se ponen y se quitan. Estas niñas-muñecas irreales son un fino concentrado de ella, un frasco
miniatura donde se guarda su perfume más esencial, su extracto más primitivo. Y
esa feminidad es blanca entre nosotros. Estas niñas, sin duda, eran el mejor
sueño o quizás la peor pesadilla de
ideólogos como Luis López de Mesa, Laureano Gómez o su hijo Álvaro porque
representan todo lo que se quería de los cuerpos colombianos pero también todo
lo que nunca serían.
Sigue en http://ciudadelasmujeres.blogspot.com/2013/02/adriana-duque-ii-blancas-como-la-nieve.html
Sigue en http://ciudadelasmujeres.blogspot.com/2013/02/adriana-duque-ii-blancas-como-la-nieve.html
Texto tomado de GIRALDO, Sol A, Cuerpo de Mujer: Modelo para armar. Medellín, Editorial La Carreta, 2010
Fotografías tomadas de Adriana Duque, La Silueta Ediciones, Bogotá, 2008
[1] VIGARELLO, Georges. Historia de la belleza. El cuerpo y el
arte de embellecer desde el Renacimiento hasta nuestros días. Buenos Aires:
Nueva Visión, 2005, p 22.
[2] OSORIO, Zenaida. Op. cit, p 49.
[3] En contraposición al cuerpo femenino de estas niñas, está el cuerpo del niño realizado en otros
trabajos de Duque como en la serie Paisajes (2001), donde éste se
caracteriza por un imaginario visual donde se despliega el color negro en la
ropa, lo recto, lo geométrico, lo despojado, lo falto de adorno. Estos son
elementos que hacen visible una masculinidad imaginada como fortaleza, actividad,
rudeza, agresividad y exterioridad.
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