domingo, 24 de febrero de 2013

MARIPAZ JARAMILLO (II). En el nombre del simulacro.



Maripaz Jaramillo, La Dueña
Uno de los puntos de vista de la obra María de la Paz a este rompecabezas para armar el cuerpo de la mujer en el arte colombiano es precisamente la conciencia de la construcción artificiosa de lo femenino. La artista parece decirnos  que el género no es sólo una determinación biológica ni genética, sino un simulacro, una parodia, un disfraz, una mascarada. La asunción del género quizás sólo sea un acto teatral que se lleva a cabo usando un maquillaje, unos vestidos, unas poses, una actitud.  Y el ser mujer sólo una máscara que puede ser usada o quitada[1]. Estas mujeres llevan estos presupuestos a sus extremos. Borran sus identidades (en el caso que alguna vez las hayan tenido) y deciden cumplir a pie juntillas el  ideal del objeto sexual.  Se convierten así en juguetes  eróticos con sus escotes, sus piernas entrelazadas, sus bocas abiertas, sus cuerpos siempre dispuestos y siempre de la misma manera. Y escriben con la tinta del deseo una nueva cartografía sobre sus cuerpos.

El carmín, rechazado por la moral y la estética señorial, se convierte en un protagonista principal en esta reescritura del cuerpo. La belleza ya no estará en el decoro corporal ni en el brillo recatado de los ojos, aquellos espejos del alma que establecieron la sensibilidad y el arte desde el  Barroco. Ahora el núcleo del rostro se vuelca hacia la boca roja, y con ello la seducción galante se vuelve carnal. Las medias, los sostenes, las faldas largas se pierden para dar paso a los vestidos ceñidos, los escotes profundos, las piernas al aire. Pero la meta no es llegar a la desnudez total: “En el traje reside toda la fuerza, todo el peligro, todo el misterio de la mujer. Desnuda, ¡oh enemiga¡ sólo eres un pobre ser prisionero y débil, un alma cándida y cristalina que no tiene nada que esconder”[2]. En las artes figurativas,   el erotismo se ha manifestado tradicionalmente  como una relación entre las partes del cuerpo  cubiertas por ropas y aquellas que no[3]. Así lo erótico sólo será  posible  en el tránsito de lo vestido a lo desvestido.

Maripaz Jaramillo, La Monja, 1974


Como practicantes de este credo, las mujeres de María de la Paz, nunca están desnudas, ni siquiera cuando se desnudan. Miremos por ejemplo su grabado Monja No 2.  (1974). Esta figura con los senos al aire conserva, sin embargo, un manto sacro en la cabeza que le llega hasta los hombros, mientras su rostro desaparece debajo de una gruesa capa de maquillaje que enfatiza el carácter sexual de su boca, de sus ojos y de toda su actitud.   A diferencia de la monja de La huida del convento de Débora Arango,  la cual se quitaba todas sus vestiduras en un movimiento que le revelaba a ella misma su cuerpo, el desnudamiento de la monja de María de la Paz sólo se da en función del deseo masculino. Como todas sus otras mujeres, esta monja sólo está disfrazada de monja. Y sólo está disfrazada para aportarle otro color a la coreografía erótica. Porque los roles de las mujeres de María de la Paz no son una taxonomía de sus posibilidades de realización y expresión como sucedía en las obras  de Débora Arango, sino que se reducen una vez más a la mascarada. Al no tener ellas sustancia, identidad, destino, la variedad de sus  roles sólo es una paleta  superficial que sirve para enriquecer el juego de la seducción como cuando en la iconografía pornográfica las mujeres se disfrazan de enfermeras, azafatas, mucamas, etc.

Maripaz Jaramillo, Pareja en Capurganá


Sin embargo, paradójicamente,  las mujeres de María de la Paz no son exactamente víctimas pasivas de la mirada y el ideal masculino. Más bien parecen juguetear con él. La mascarada, el hecho de disfrazarse del objeto sexual ideal, no es una simple sumisión sino una manera de tomar la sartén por el mango. Encarnan el estereotipo pero hay una conciencia al hacerlo, al asumirlo como un código, una representación, una máscara que se quitan y se ponen. Una acción que realizan ellas mismas, no los otros. Son mujeres que conocen la feria de las vanidades, el performance de los sexos, el consumo de las imágenes femeninas, el género como teatralización.  Pero no padecen estos presupuestos como una imposición, sino que los disfrutan y los replican voluntariamente, con placer. Ellas saben cómo miran los hombres, saben qué quiere esa mirada y la complacen siguiendo sus reglas del juego, pero sólo para obtener lo que se proponen.

La artista, por su parte, aunque no tiene interés en subvertir el código ni el estereotipo, por medio de estas imágenes logra  distanciarse de él. Mira al hombre que mira a las mujeres que a su vez sólo se constituyen en su mirada. Y este hecho la pone más allá de una simple complicidad con la mirada masculina, pues lo que está logrando es un relato de la formación de la identidad femenina y su construcción consciente como mascarada. 

Esta galería de mujeres exhibicionistas y en primer plano parecería estar al extremo opuesto de la galería empañada de la tradición. Mientras en ésta las mujeres se opacaban, se escondían, paralizadas, sumisas y calladas, la galería estridente de María de la Paz parecería estar visibilizándolas y descubriendo sus cuerpos. Sin embargo, esta exhibición  es tan sólo un efecto de superficie, una ilusión. Porque detrás del maquillaje, las máscaras, los gestos procaces, la ostentación de los cuerpos sólo parece habitar el vacío que le queda a la mujer cuando abandona los roles, los ideales, las determinaciones sociales y los estereotipos. Esta galería  de caparazones brillantes se muestra tan incapaz de mostrarnos su cuerpo como aquella empañada de la tradición. ¿Dónde habita la mujer más allá del artificio? ¿Qué queda allí cuando se lava la cara, se apaga la música  y llega el día? ¿Dónde está su cuerpo cuándo el show se acaba y nadie la mira? En estas representaciones de un vacío no hallaremos estas respuestas.

Tomado de GIRALDO, Sol Astrid. Cuerpo de Mujer: modelo para armar. Medellín, La Carreta, 2010.



[1] Como lo aseguraba la teórica feminista Mary Ann Doane. Citado en ARAMBURU, Op. cit.
[2] Así lo advertían las páginas femeninas de la revista Cromos en 1923. Citado en PEDRAZA, Zandra, op. cit, p 324
[3] PERNIOLA, Mario. Entre vestido y desnudo. En FEHER, Michel, editor. Fragmentos para una historia del cuerpo humano. Parte segunda. Madrid: Taurus, 1990, p 237.

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