Los cuerpos de Débora no son ya ni místicos ni
señoriales: son cuerpos que recién estrenan la ciudad y descubren la
modernidad. Y en el estupor que estas circunstancias desestabilizadoras les
provocan, son cuerpos estremecidos, inseguros, ambiguos, al filo de la navaja y
de la historia. Son cuerpos donde los discursos del progreso, la educación y el
control corporal de principios del siglo XX se llenan de baches como un rostro
agujereado por viruelas. Son cuerpos sometidos a nuevos códigos corporales,
gestuales, proxémicos; a nuevas libertades y censuras, a inéditas bendiciones y
condenas. Son cuerpos con nuevas topologías, valores y simbolizaciones[1]. Son cuerpos que al tener que soportar estas
insoportables tensiones, se quiebran y se deforman, convirtiéndose en cuerpos
tan disarmónicos que “las bellas artes”
de la época, simplemente se niegan a verlos.
Eladio Vélez, La Planchadora, óleo, |
José Rodríguez Acevedo, Adolfo Samper, Ignacio Vélez Jaramillo por
ejemplo a pesar de los huracanes exteriores, se anclan en la esfera de los
cuerpos serenos. Las mujeres de sus representaciones tal vez tienen ahora las
faldas y los cabellos más cortos, pero los vientos de la historia no parecen
perturbarlos. En especial Eladio Vélez, el primer maestro de Débora, quien se concentra
en pintar aquellos cuerpos que parecen seguir a pie juntillas los preceptos de
los tratados de urbanidad, los cuales sin embargo ya estaban heridos de
muerte. Los cuerpos femeninos que retrata son obedientes,
asexuados, dóciles. Eladio los mira en sus casillas y los pinta en sus
casillas. Y a los que se salen de ellas, simplemente los ignora.
Pedro Nel Gómez, Barequera Aurea , 1949, óleo, Museo de Antioquia |
A pesar de las apariencias, Pedro Nel Gómez, el otro maestro de Débora,
tampoco parece ir mucho más lejos en la lectura del entorno caótico del país,
de la sociedad de sus días y la perturbación que todo ello había causado en los
cuerpos. En un principio, Débora se entusiasma con sus representaciones
volcánicas que traían aire fresco al congelado universo eladista, su primer
horizonte. Aprecia esa nueva mirada en las que los cuerpos femeninos tienen uñas, pies, muslos, entrepiernas,
senos y, además, se mueven. Sin
embargo, estas representaciones de Pedro
Nel Gómez no ven lo que ella está
viendo. Los cuerpos de aquel son tan ejemplares como los piadosos o los
señoriales, e ignoran sus recientes
desgarramientos físicos y mentales. Son tan alegóricos como los
coloniales, así estas alegorías se refieran ahora al buen salvaje primitivo de
América o al hombre nuevo utópico con el que soñaba el muralista. Pedro Nel no pinta cuerpos particulares, sino
ideas de cuerpos. Los suyos son cuerpos ejemplares cívicos y políticos. Buscan
la perfección según los cánones del Renacimiento, así aparentemente su paleta
étnica sea más variada. Pero son cuerpos-comparsa de una historia coreografiada
como un ballet sobre un telón de escenario. Su concepción del género es tan
tradicional como la colonial. En su mundo, al cazador de tigres le corresponde
una barequera, al obrero una obrera, al Hojarasquín, la MadreMonte. No hay allí
una pregunta sobre esta división que parece tan natural como los ríos y las
montañas antioqueñas. En sus murales, el artista no mira a las mujeres en sus
mundos, sino que las retrata desde las
ideas preconcebidas de esa utopía que a veces
ubicaba en el pasado, a veces en
el futuro, pero nunca en la historia.
Ni la mirada de Eladio ni la de Pedro Nel satisfacen las necesidades de
su discípula. Débora, entonces, mezcla a
su manera la capacidad de observación de los eladistas con el cinetismo de los pedronelistas; los
retratos particulares de los unos, con los alegóricos de los otros. Y a estos y
aquellos los baja de las ideas y les tiende un cable a tierra. Abre la ventana
de la actualidad y con su lluvia prosaica moja las esencias. Recupera el cuerpo
y comprende que debe tener un espacio. Que la vida se trata de cuerpos reales
en espacios reales. Y hace una fina lectura de la manera como su época concibe
esta relación. Las paradojas de su tiempo, los terremotos sociales del país y
sus tormentas políticas, para la que aquellos maestros no habían tenido ojos,
hieren sin embargo como un rayo la mente lúcida de esta mujer. Sólo ella está
en la capacidad de ver al emperador sin traje. Y lo que encuentra es un
espectáculo entre dantesco y goyesco.
Tomado de GIRALDO, Sol Astrid. Cuerpo de Mujer: modelo para armar. Medellín, La Carreta, 2010.
Tomado de GIRALDO, Sol Astrid. Cuerpo de Mujer: modelo para armar. Medellín, La Carreta, 2010.
[1] GARCÉS, Ángela. “La modernidad emergente. Entre cuerpos,
imágenes y gestos femeninos/masculinos en la ciudad”, en: Retrato de Mujer. De
la Colonia a Débora Arango. Catálogo exposición Sala Suramericana de Seguros.
Agosto-Octubre de 2006, Medellín, p 27-36.