jueves, 3 de enero de 2013

Cuerpos: J Márquez, C Lucena, S Daza, E Castaño


En la cultura occidental el cuerpo se ha asociado con lo femenino[1]. La mujer era cuerpo y estaba limitada a él, mientras el hombre aparecía  desencarnado, como una entidad abstracta, universal y libre. Ellas, sin embargo, estaban confinadas y amarradas a una carne, precisamente dominada y normada por un poder patriarcal que empezaba con el control sobre su imagen. Hasta bien entrado el siglo XX, los cuerpos femeninos sólo ocuparon en el arte el lugar de las musas que inspiraban al artista masculino. Eran el pasivo objeto de la representación.
 Es otro el lugar del que parten las artistas reunidas en esta muestra, quienes se enfrentan con sus propios ojos a sus cuerpos. Desencasillándolos de los lugares ideales y canónicos de la tradición por un lado y, por el otro, del mandato igual de tiránico de la retórica publicitaria y mediática donde el cuerpo de la mujer es un rompecabezas del deseo, estas artistas se atreven a construir ellas mismas sus inéditos espejos. En estos trabajos se reencuentran con su corporalidad, pero ya desde otras perspectivas, discursos y preguntas, aunque el precio que a veces deban pagar sea el de la disolución de los cuerpos que aparecerán muchas veces rotos y en fuga. El cuerpo ya no será la  categoría de la imaginación androcéntrica, sino que pasará a ser un objeto de estudio para ellas mismas. El cuerpo emergerá entonces como la superficie donde se chocan poderes y discursos. Así, el  cuerpo femenino no tendrá ya que amoldarse a imágenes canónicas externas y prefijadas, sino que se irá construyendo al tiempo con sus imágenes.


Autorretrato - Judith Marquez
Judith Márquez, Autorretrato, óleo,1959 
La figura señera de Judith Márquez se aleja de esta perspectiva universal para introducir una mirada particular  sobre  la identidad. En su obra Autorretrato indaga en su propio cuerpo, gesto que repetirán insistentemente y desde otras épocas muchas de las artistas invitadas a esta muestra. Judith Márquez, quien es considerada la primera pintora abstracta de Colombia,  realiza este retrato muy en su estilo de partir  “de un referente real reconocible para poner en juego asociaciones entre formas, texturas y colores”[2]. En este caso el referente es ella misma, su reflejo en el espejo, donde el cuerpo casi desaparece  para volverse un rostro. Éste, por su parte, es traducido a un lenguaje de planos y formas esenciales que simplifican la densidad de la carne: una línea para las cejas y la nariz, otras para los ojos y la boca. El esquema, sin embargo, se opaca por una sombra que se posa sobre su lado izquierdo. Es como si el espejo que la refleja estuviera empañado a pesar de la luminosidad de los colores y de la aparente voluntad de claridad de la geometría. Esta es una imagen perturbadora que parece hablar de un rostro y una identidad en fuga.


Clemencia Lucena, Sin título, tinta china sobre témpera, 1970


Estos asuntos  también le interesaron en los inicios de la década del 70 a Clemencia Lucena (1945-1983). La adscripción  a un género, más que una condición biológica, se trata de un complejo un proceso y una construcción cultural tradicionalmente controlados desde la escuela, la religión y la familia. Sin embargo,  en nuestros tiempos hipermediatizados los géneros también son horneados en el  sistema retórico visual producido por los medios de comunicación. Es allí donde  se aprende cómo inscribirse visualmente en lo masculino y lo femenino, porque no sólo hay que ser hombre y mujer, sino que hay que parecerlo. Estos cuerpos propuestos como ejemplares por los medios son imperativos y exigen ser imitados con comportamientos determinados, gracias a una simple pedagogía visual: ver e imitar. Lucena bucea en estas imágenes que arranca de las páginas sociales  de los periódicos y observa cómo otorgan el trofeo de la imagen sólo a las triunfadoras que se adecuan  a las tiránicas condiciones mediáticas como las reinas de belleza o las novias.. En sus representaciones iconoclastas  de colores pastel  analiza  estas imágenes estereotipadas  y sus mandatos pues la mujer que se desvíe del molde simplemente no accede al paraíso de la representación. Con esta serie, Lucena indaga por las  reflexiones entre género y arte  de una manera muy inédita en la Historia del arte de Colombia.  

Sandra Daza continúa investigando esta relación problemática entre cuerpo, mediaciones y representación, desde otros tiempos y cuestionando otras técnicas. Si Judith Márquez se pregunta por los límites del lenguaje plástico, y Maripaz y Lucena lo hacen por los del lenguaje mediático, Daza, artista del tercer milenio y de la aldea digital, explora la imagen tecnologizada y  su reproducción frenética  en  la cadena icónica, descontrolada  e irresponsable que inquietaba a Baudrillard.  Los cuerpos parecen permanecer en silencio y los espejos sin reflejo en estas orgías tecnológicas,  pues la hiper representación, el exceso de información, la incontención visual  también pueden llevar al vacío y a la incomunicación. Performer habituada a presentar su cuerpo directamente, en esta obra, al contrario, se detiene en los procesos de mediación, en  los códigos binarios, en la naturaleza maquínica del escanner, pero sobre todo en el fracaso de esta imagen ultratecnologizada que deja por fuera el fuego interno de los cuerpos.




La mujer que representa Etna Castaño  en “Contemplación” no tiene el rostro velado por una sombra o una máscara o los excesos del código binario, como en las anteriores obras, sino que yendo un poco más en esta pulsión iconoclasta lo ha perdido totalmente. En su lugar hay un vacío. Esta mujer sin rostro es  puro cuerpo, pura carne, sin una estructura interna que le dé legibilidad. Parece desmoronarse ante nuestros ojos como una masa sin eje. A falta de rostro, se han representado excesivamente los fetiches sexuales de los senos y las caderas, como en las imágenes prehistóricas o pornográficas. Estas partes enfatizadas no pueden acallar, sin embargo, el  fracaso de la imagen en unos tiempos donde se ha perdido la confianza en el cuerpo y en la posibilidad de representarlo, como nos lo recuerda Hans Belting. Es que el cuerpo y su género, a pesar de la algarabía visual en la posmodernidad,  no terminan de encontrarse. Y la mujer ocupa hoy el lugar de la pregunta, como este rostro infinitamente vacío y sin respuestas.

GIRALDO, Sol. Tomado del prólogo del catálogo "El arte en Caldas: las mujeres ".  Museo de Artes de Caldas, 2012



[1] BUTLER, Judith. El género en disputa. Madrid, Paidós, 2011, p 63
[2] GOMEZ, Nicolás. http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/todaslasartes/dibujo/dibujo25.htm

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