En la cultura occidental el cuerpo se ha asociado con lo femenino[1].
La mujer era cuerpo y estaba limitada a él, mientras el hombre aparecía desencarnado, como una entidad abstracta,
universal y libre. Ellas, sin embargo, estaban confinadas y amarradas a una
carne, precisamente dominada y normada por un poder patriarcal que empezaba con
el control sobre su imagen. Hasta bien entrado el siglo XX, los
cuerpos femeninos sólo ocuparon en el arte el lugar de las musas que inspiraban
al artista masculino. Eran el pasivo objeto de la representación.
Es otro el lugar del que parten las artistas reunidas
en esta muestra, quienes se enfrentan con sus propios ojos a sus cuerpos.
Desencasillándolos de los lugares ideales y canónicos de la tradición por un
lado y, por el otro, del mandato igual de tiránico de la retórica publicitaria
y mediática donde el cuerpo de la mujer es un rompecabezas del deseo, estas
artistas se atreven a construir ellas mismas sus inéditos espejos. En estos trabajos se reencuentran con su corporalidad,
pero ya desde otras perspectivas, discursos y preguntas, aunque el precio que a
veces deban pagar sea el de la disolución de los cuerpos que aparecerán muchas
veces rotos y en fuga. El cuerpo ya no será la categoría de la imaginación androcéntrica,
sino que pasará a ser un objeto de estudio para ellas mismas. El cuerpo emergerá
entonces como la superficie donde se chocan poderes y discursos. Así, el cuerpo femenino no tendrá ya que amoldarse a
imágenes canónicas externas y prefijadas, sino que se irá construyendo al
tiempo con sus imágenes.
La figura señera de Judith Márquez se aleja de esta perspectiva
universal para introducir una mirada particular
sobre la identidad. En su obra Autorretrato indaga en su propio cuerpo,
gesto que repetirán insistentemente y desde otras épocas muchas de las artistas
invitadas a esta muestra. Judith Márquez, quien es considerada la primera
pintora abstracta de Colombia, realiza
este retrato muy en su estilo de partir
“de un referente real reconocible para
poner en juego asociaciones entre formas, texturas y colores”[2].
En este caso el referente es ella misma, su reflejo en el espejo, donde el
cuerpo casi desaparece para volverse un
rostro. Éste, por su parte, es traducido a un lenguaje de planos y formas
esenciales que simplifican la densidad de la carne: una línea para las cejas y
la nariz, otras para los ojos y la boca. El esquema, sin embargo, se opaca por
una sombra que se posa sobre su lado izquierdo. Es como si el espejo que la
refleja estuviera empañado a pesar de la luminosidad de los colores y de la aparente
voluntad de claridad de la geometría. Esta es una imagen perturbadora que
parece hablar de un rostro y una identidad en fuga.
Judith Márquez, Autorretrato, óleo,1959 |
Clemencia Lucena, Sin título, tinta china sobre témpera, 1970 |
Estos asuntos también le interesaron en los inicios de la
década del 70 a Clemencia Lucena (1945-1983). La
adscripción a un género, más que una
condición biológica, se trata de un complejo un proceso y una construcción cultural
tradicionalmente controlados desde la escuela, la religión y la familia. Sin
embargo, en nuestros tiempos
hipermediatizados los géneros también son horneados en el sistema retórico visual producido por los
medios de comunicación. Es allí donde se
aprende cómo inscribirse visualmente en lo masculino y lo femenino, porque no
sólo hay que ser hombre y mujer, sino que hay que parecerlo. Estos cuerpos
propuestos como ejemplares por los medios son imperativos y exigen ser imitados
con comportamientos determinados, gracias a una simple pedagogía visual: ver e
imitar. Lucena bucea en estas imágenes que arranca de las páginas sociales de los periódicos y observa cómo otorgan el
trofeo de la imagen sólo a las triunfadoras que se adecuan a las tiránicas condiciones mediáticas como
las reinas de belleza o las novias.. En sus representaciones iconoclastas de colores pastel analiza
estas imágenes estereotipadas y sus
mandatos pues la mujer que se desvíe del molde simplemente no accede al paraíso
de la representación. Con esta serie, Lucena indaga por las reflexiones entre género y arte de una manera muy inédita en la Historia del
arte de Colombia.
Sandra Daza continúa investigando esta relación problemática
entre cuerpo, mediaciones y representación, desde otros tiempos y cuestionando
otras técnicas. Si Judith Márquez se pregunta por los límites del lenguaje
plástico, y Maripaz y Lucena lo hacen por los del lenguaje mediático, Daza,
artista del tercer milenio y de la aldea digital, explora la imagen
tecnologizada y su reproducción
frenética en la cadena icónica, descontrolada e irresponsable que inquietaba a Baudrillard. Los cuerpos parecen permanecer en silencio y
los espejos sin reflejo en estas orgías tecnológicas, pues la hiper representación, el exceso de
información, la incontención visual también pueden llevar al vacío y a la
incomunicación. Performer habituada a
presentar su cuerpo directamente, en esta obra, al contrario, se detiene en los
procesos de mediación, en los códigos
binarios, en la naturaleza maquínica del escanner, pero sobre todo en el
fracaso de esta imagen ultratecnologizada que deja por fuera el fuego interno
de los cuerpos.
La mujer que representa Etna Castaño en
“Contemplación” no tiene el rostro velado por una sombra o una máscara o los
excesos del código binario, como en las anteriores obras, sino que yendo un
poco más en esta pulsión iconoclasta lo ha perdido totalmente. En su lugar hay
un vacío. Esta mujer sin rostro es puro
cuerpo, pura carne, sin una estructura interna que le dé legibilidad. Parece
desmoronarse ante nuestros ojos como una masa sin eje. A falta de rostro, se han
representado excesivamente los fetiches sexuales de los senos y las caderas, como
en las imágenes prehistóricas o pornográficas. Estas partes enfatizadas no
pueden acallar, sin embargo, el fracaso
de la imagen en unos tiempos donde se ha perdido la confianza en el cuerpo y en
la posibilidad de representarlo, como nos lo recuerda Hans Belting. Es que el
cuerpo y su género, a pesar de la algarabía visual en la posmodernidad, no terminan de encontrarse. Y la mujer ocupa
hoy el lugar de la pregunta, como este rostro infinitamente vacío y sin
respuestas.
GIRALDO, Sol. Tomado del prólogo del catálogo "El arte en Caldas: las mujeres ". Museo de Artes de Caldas, 2012
GIRALDO, Sol. Tomado del prólogo del catálogo "El arte en Caldas: las mujeres ". Museo de Artes de Caldas, 2012
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