María Teresa Hincapié, Divina Proporción, Performance |
María Teresa
Hincapié, al otro lado del péndulo histórico, quiso sacar sus piernas, sus
manos, su tronco, su cabeza, su piel, de esa celda real y simbólica impuesta de mil maneras, como una jaula
estática e implacable, sobre la corporalidad femenina. Emprendió entonces con
su cuerpo contemporáneo la tarea inédita de apropiarse del mundo con el
movimiento, asumiendo el reto de recuperar el espacio físico y simbólico con
sus pies.
María Teresa Hincapié, Divina Proporción, performance, |
Los pies no son
órganos que se les haya reconocido
plenamente a las mujeres. Las representaciones de los cuerpos femeninos, al
contrario, milenariamente se han
engolosinado con sus divinos rostros, sus generosos senos, sus amplias caderas,
sus misteriosas espaldas, tal vez sus
lúbricas piernas. Los pies, en cambio, han sido órganos subvalorados,
con la única función estructural de sostener lo de arriba, como un zócalo o la
base de una columna. Expulsados de los discursos de la belleza, la moral o la urbanidad, se han ignorado en
los imaginarios sociales del cuerpo y, por supuesto, también en sus representaciones. Tal vez alguno que
otro pie de mártir o de Virgen María se haya asomado tímidamente en las
imágenes barrocas, pero sólo para hablar
de la humildad cristiana y la renuncia antes de volver a esconderse. En otras
ocasiones, tal vez han sido el objeto de
interés de cierto fetichismo sexual. O la marca de clase en la Colonia entre
quienes estaban calzadas como las blancas descendientes de españolas y quienes
no lo hacían como las indias, las negras y las mujeres del pueblo bajo. De
resto no han existido, opacados por su insignificancia. Siempre ha sido más
fácil imaginarse a una mujer sentada y calzada con zapatillas en un trono, un
reclinatorio o una mecedora, siempre
esperando, que realizando algún tipo de
desplazamiento o movimiento.
Al contrario de las místicas y estáticas monjas, María Teresa sólo
concibió lo sagrado en la relación de su cuerpo con el espacio. Su obsesión fue
conquistarlo, no solo en extensión sino en intensidad. La finalidad de su
práctica artística fue instalar
afirmativamente su cuerpo en el espacio, lo cual se tradujo en movimiento y
rito, las dos grandes coordenadas que siempre la guiaron. Así,
dedicó su vida a pararse firmemente sobre sus pies, a hincarlos con
seguridad en la tierra, a desplazarse con ellos por el mundo. No en un afán
territorializante masculino, sino más bien en el sentido de una artista como Ana
Mendieta, siempre aspirando, en medio de los desarraigos, a encontrar
suavemente un lugar en el mundo.
María Teresa Hincapié, Una cosa es una cosa, performance, |
En esta búsqueda,
investigó primero su entorno espacial inmediato, el de un parque, el de una
galería, el de las salas de un museo. En
su versión del performance Una cosa es
una cosa” de 2005 (realizado originalmente en el Salón Nacional de 1990),
María Teresa Hincapié llevó a la Iglesia de Santa Clara de Bogotá todas sus escasas pertenencias materiales,
marcando este lugar de cultos colectivos con jirones de su más profunda
intimidad. Desplegó sus cosas sobre el piso, resacralizando con mojones
particulares y prosaicos esta topología
pública hasta interceptarla con los límites de la suya. Con movimientos
lentos y reflexivos, sacó cada objeto, lo acarició con las manos, la mirada y
la mente. Así, le dio con sus movimientos rituales un lugar en el mundo a los
labiales, las ollas, el cepillo de dientes, los pocillos, ordenándolos una y
otra vez en diferentes complejos asociativos, con los que armaba y desarmaba la
vida cotidiana. Y con los que construía y deconstruía un espacio donde su
cuerpo fuera posible: “Traslación aquí. Enseguida. En la Esquina. En el centro.
A un lado. Cerquita de él. A ella. Muy lejos. Más lejos. Muchísimo más lejos.
Lejísimos. Aquí las bolsas. Aquí el bolso. Aquí la tula. Aquí la caja. …
Vaciamiento dispersión. Todo se vacía. Todo sale. Todo se dispersa…”[1]. De esta manera, en un edificio colonial donde
tradicionalmente se había practicado la clausura de las novicias y la absoluta
negación espacial de la corporalidad femenina, se ubicó a sí misma, a su
cuerpo, en el sistema solar de los objetos que posibilitaban su existencia… El espacio
para la mujer dejaba así de negarse.
El no-lugar de la guerra
|
Curiosamente, en estos objetos desplegados, volvemos a encontrar la misma iconología de la intimidad encarnada
en aquel vocabulario objetual y femenino de las Casas Viudas de Doris Salcedo. Vuelve a aparecer aquí un corpiño, una sábana
blanca, un zapato femenino remitiendo a un cuerpo de mujer. Sólo que mientras
en la obra de aquella el cuerpo evocado por estos objetos íntimos no estaba
presente (la guerra lo había aniquilado), en la propuesta de María Teresa el cuerpo al que aluden esos objetos
estaba allí, vivo y presente, jugando
con ellos, reflexionando con ellos, moviéndose por ellos, buscando un lugar en
el mundo a través de ellos. Reconstruyendo y creando así un territorio.
Es que los objetos de Doris Salcedo son
sobrevivientes de hecatombes donde han explotado los cuerpos y se ha asesinado
el espacio. Por ello se esparcen desinstalados por geografías fantasmales, por
los no-lugares de la guerra, por los espacios negados de la violencia. Hablan
de la ausencia y de la pérdida, pues en este espacio destruido sólo son posibles unos objetos diseminados que no
hallan donde posarse. María Teresa, sin
embargo, plantea una reconstrucción espacial precisamente a través de esos
objetos mínimos con los que establece una nueva y posible topografía. Sus objetos son asertivos, se
emplazan, instauran lugares, afirman presencias. Al espacio muerto de la violencia, esta artista opone un espacio vivo:
el que se teje en la relación entre su
cuerpo y sus cosas. Frente al desorden inhumano de la guerra
al que alude Doris, las acciones de María Teresa Salcedo instauran el orden
humano de su particular intimidad.
En ambas artistas,
a pesar de estas acciones aparentemente opuestas, hay una intención esencial de
ennoblecer las cosas. Si Doris realiza ritos de duelo y sanación con
objetos colectivos y sociales, en la
obra de María Teresa Hincapié hay un intento de sacralización de un espacio
propio a través de sus objetos íntimos. Doris trata de devolverles su valor
simbólico en un acto de conciencia a los
objetos devaluados, ultrajados, desechados de la guerra, mientras María
Teresa exalta, dignifica, respeta los
objetos mínimos de la intimidad, convirtiéndolos en fetiches cósmicos que le
aseguran la conexión con el cielo y la tierra. Pero las circunstancias son
diferentes. Mientras María Teresa busca
la fuerza de la vida en las cosas, Doris, quien también entiende ese
poder, ha llegado demasiado tarde,
cuando el cuerpo, sus objetos y su espacialidad han sido asesinados y por eso
solo le quedan los rituales de duelo. Una está antes del desastre mientras la
otra llegó después. Por esto mientras en Doris hay una serie de cuidados
obsesivos por los objetos después de su
quiebre y deshonra, María Teresa
Hincapié les ofrece esos mismos cuidados
pero para que no vayan a quebrarse.
Es que ambas tienen
alma de sanadoras. Y ambas saben que no hay cuerpo sin espacio, que no es
posible el espacio sin el cuerpo. Que el espacio es la única manera de
existir. Y que a la mujer le ha faltado
el espacio. Así, ante la ausencia histórica
del cuerpo femenino, María Teresa se erige como presencia entre estos
objetos que instauran espacios positivos donde la mujer puede habitar
terrenalmente.
Se hace espacio al andar
María Teresa Hincapié, El espacio se mueve despacio, performance |
La búsqueda
espacial de esta artista no se quedó aquí.
También exploró grandes extensiones como cuando en Hacia lo sagrado fue a pie de Bogotá a San Agustín o a la Sierra Nevada, o de Guadalajara a la tierra de los
Huicholes en México (Hacia los Huicholes, 1995). La acción
que trabajó entonces fue la de caminar. La artista decía que no quería hacer
cosas nuevas sino recordar las olvidadas. Y con estos peregrinajes recordó no
sólo las grandes peregrinaciones místicas a santuarios como los de Santiago de
Compostela, Monserrate o la Virgen de Guadalupe, sino los pies de los indígenas
atravesando las montañas incesantemente en pos de sus sitios sagrados y
cargados de energías. Los pies, una vez más los pies, miembros privilegiados de
su anatomía no sólo fisiológica sino simbólica,
que ponían en marcha registros olvidados por un occidente que los
invisibiliza, los calla y los niega. Ella los rescataba en su búsqueda del
poder que da el caminar. Así, se convirtió en una caminante de la eternidad. Una nómada de la eternidad,
cometiendo aquí otra herejía porque el nomadismo ha pertenecido siempre al
imaginario masculino frente a la mujer quien por su naturaleza pasiva
supuestamente siempre debe esperar y aguardar.
ver también http://anatomiacomparadacolmexx.blogspot.com/2011/05/mira-lo-que-me-mira.html
Tomado de GIRALDO, Sol A, Cuerpo de Mujer: Modelo para armar. Medellín, Editorial La Carreta, 2010T
[1] María Teresa Hincapié: “Hacia lo sagrado”. Catálogo Premio
Luis Caballero. Galería Santa Fe, Bogotá, febrero 1998.
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